miércoles, 28 de julio de 2010

La revolución caliente



Es cierto que las ciudades varían dependiendo de las personas que las habitan. Ayer por la tarde se fue mi hermano para Escocia, esa tierra de acantilados y centeno, en su búsqueda particular de la felicidad. En realidad como hacemos todos. Lo dejé en la puerta del autobús, con un extraño recogimiento entre los dientes. Tal vez pasaron delante de mis ojos muchos años, muchos meses, muchos días. Se sentó y apoyó la cabeza en el cristal y el auto salió dirigido hacia algún aeropuerto del norte de Francia. Sentía que se cerraba un gran año a su lado.

Caminé evitando lo máximo posible el metro. El arco del triunfo se veía a lo lejos y apenas esperé a que el bus se desvaneciera entre el tráfico de París. Miraba los rostros de la gente y parecían totalmente ajenos a cualquier sentimiento aproximado que rondaba mi cabeza. De las tiendas salían bocanas humanas con bolsas y marcas deportivas. Torcí la calle, buscando algo más de intimidad y París se me presentó por primera vez como un laberinto enorme contra el que hay que luchar. No miré los edificios, esquivaba los rostros, sólo me guiaban los símbolos de la calzada.

Encontré de repente el Sena, como quieto entre la multitud. Me senté en uno de sus puentes sin querer mirar el reloj. Los barcos pasaban agnósticos, alumbrando las dos orillas. Inesperadamente empezó a hacer frío. Me acerqué a la Torre Eiffel demorándome lo máximo posible en cada rincón ajeno a la humanidad. Cuando llegué a ella cientos de miles de personas ocupaban los jardines de Champ de Mars. En efecto, 14 de Julio, día de la revolución francesa, el día en que cambió la historia y nació el mundo contemporáneo, el que conocemos hoy en día. Oscureció en seguida, y con la noche llegaron los fuegos artificiales sobre Trocadero. Todo el mundo se abrazaba y los más afortunados se besaban. Conversé unos minutos con una chica muy simpática de Azerbaiyán, en francés. Llegué a tres frases seguidas.

No escribiré que me sentía mal. Estar en París en un día tan importante como este es un privilegio, pero como en todas las revoluciones, siempre falta alguien al lado para atestiguar que todo es cierto, que los fuegos en París explotan para mí y que hay un verano de erres guturales esperándome.

Digamos que el 14 de Julio fue también la revolución para este que os escribe, una revolución sin sangre, pero que se nutre de ella. Una revolución caliente que me hará fuerte en los días en los que no haya fuegos artificiales.

1 comentario:

  1. Cuando tomé ese autobús sentí el peso de nuestro año juntos. El resto en Escocia fue como terminar una de esas etapas del Tour que coronan en alto, recorridas con sufrimiento, en silencio y sobre la cabeza una gran sucesión de recuerdos. Ahora no estoy seguro o no quiero haber acabado con ese alto.

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