martes, 23 de noviembre de 2010

Doce segundos de oscuridad.



El hombre se sentaba en la primera mesa, justo al lado del escenario, donde los saxos salpican saliva y los acordes se vuelven vértigos con el alcohol.

Descendimos unas escaleras, en un antro del 42 de la Rue Rocheruart. La entrada era bonita. Arriba había un restaurante que olía sobremanera a vinagre podrido, pero las parejas y las familias seguían cenando, como si no pudieran oler nada. Entramos sin saludar, pero mirando sus platos con pena, con paciencia de la que no se tiene.

La escalera hacía la forma de un caracol, y el olor iba tornando hacia especies más dolorosas. Todo estaba oscuro. Apenas podíamos caminar.

Las paredes eran de piedra antigua y nos caía sobre los hombros escombros de una construcción menor, que no ha pasado por la eternidad. Yo toqué el muro y sentí el frío y los silencios de aquel lugar, que parecía que había sido abierto solo para nosotros.

Y en el centro de la sala ya estaba él, sentado con las piernas cruzadas, sin mirarnos, sin mirar a nada, sacando un cigarrillo y encendiéndolo con un temblor de dedos que se asemejaba al arte del ceramista justo cuando comienza su obra; aun inexistente, pero que sólo el puede ver en su cabeza.

Nos acomodamos en unos sillones que se alejaban del centro de la pista. Las luces estaban muy bajas y apenas podía sentir los pies del compañero que tenía delante. Unos tres hombres entraron de repente. No avisaron a nadie. El señor de la mesa se encendió su segundo cigarrillo. Dos saxofonistas y un contrabajo sacaban de un saco sus instrumentos. El señor sacó un tercer cigarrillo, mientras jugaba con el mechero. Los instrumentos empezaron a afinarse y las luces desaparecieron. Hacía frío y ni siquiera se veía el vaho que desprendemos cuando estamos tensos.

Se hizo el silencio absoluto, el silencio antes de la explosión, el silencio de los cines cuando van a matar a alguien importante y sacan la pistola, el silencio previo a Hirosima, el silencio de cuando te llama un número que no suele hacerlo, el silencio de la lluvia retenida en un cristal, el silencio del sexo que no existe, en la barra de un bar.

Y la música explotó, con aires vagabundos, como los gatos que se mojan en las calles que nos cubren, las calles parisinas, siempre tan muertas y vivas, y el señor se encendió otro cigarrillo, y otro, y luego otro, y en la sala solo se reflejaba el primer saxo (ese cuerpo femenino hecho de oro) que era iluminado por las manos temblorosas del señor más triste del mundo.

Me levanté. La musica ayudaba, pero me daba igual. Lo miré. Penetré su mente.

Llegó el momento poético que buscaba en la noche, y miré al italiano guapetón y me entendió el gesto: La felicidad no existe. Y la tristeza si. ¿Y qué? Si somos felices así.

2 comentarios:

  1. ESCRIBO DESDE UN ORDENADOR QUE CARECE DE ACENTO.............

    las palabras aqui tienen un tono unidiminsional que sigue una linea grave y recta, es decir, que empiezan en un punto y acaban en otro.
    La historia se dirige hacia los bajos de la tierra, y a medida que los dos vagabundos van descendiendo el silencioso latir de los antiguos pardes se desdobla, siguen bajando y el tac-tac de los zapatos moldea y clarifica el silencio previo al pensamiento, un silencio que anticipa cualquier idea, un silencio como viene en el texto Absulto.
    la tenua luz tiene una funcion bohemia en la experiencia, mientras que el humo del tabaco del senor de la mesa es un caminar hacia el espectaculo, es un ingrediente serio y embellecedor, es la valoracion previa al espectaculo. (....)

    En un soprendente acto se explusa el eterno silencio y se cambia la escena por completo. Al son amrago y dulce de la musica se orquesta la soledad eterna de la Torre Efil, mientras que en el medio de la escena una cuidad sin luces con sus mile y un habitante, resiste y murmura en los oidos de pep.

    La emocion se guarda para el desenlace, la musicalidad ahora la protagoniza el compulsivo levantar del -pep- que no pudo resistir mas, que quiso manifestarse ante el dorado cuerpo que le robo la vista. con su imaginar penetro hasta llegar a las porfundides de su mente, buscaba un placer ausente, anisiaba el tacto nocturno de las sabanas, compartia el espectaculo, el lugar y la escena pero no su imaginacion.
    Pep has estado en otro concierto, en otro tiempo, en otro espacio......

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  2. Fe de errata: mi ordenador es un ordenador extranjerom, por eso no acentuo.
    tenua= tenue.

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