miércoles, 21 de julio de 2010

Iniestazo made in París



La bola cayó para aquel larguirucho patoso. Una vez, dos veces. No fue necesario una tercera. Atinó antes de llegar al refrán. El defensa se quedó clavado, como si las botas le pesasen y el césped fuera arcilla. Se la llevó el calvito prematuro, el chico sin sangre en las venas. Cuatro pasos, mirada al frente. El portero tirado antes del fusilamiento. Silencio. Y una ciudad muere de gritos extranjeros.

Miré a mi hermano y nos abrazamos llorando. Había mucho de verdad en esas lágrimas, muchos hechos que no tenían nada que ver con el cuero. A nuestros lados, el chico venezolano que habitaba en Escocia y un gigantón colombiano que buscaba en París su amor perdido. Todos lloramos por llorar, por sentirnos vivos en esta ciudad, por sentirnos por primera vez más fuertes que ella, por cantar gol en castellano, a pesar de los kilómetros de nuestros nacimientos y por el falso vino francés que absorbían nuestras venas hispanas.

Pitó el final del partido aquel hombre de negro. La cerveza empezó a arrojarse por la sala. Todo el mundo que vestía de rojo era un familiar querido. Besos, abrazos, llantos. En el metro la gente nos miraba como anquilosados, celosos y a la vez sumisos de la victoria. Nadal y Contador subieron con nosotros a los vagones. Salimos a Champs Élysée y toda la eterna calle era una bengala roja encendida. La gente se amaba tumbada en el asfalto, los coches pitaban de alegría y las personas salían de sus ventanillas para mostrar las banderas españolas.

El Arco del Triunfo humeaba, como si fuera el punto de partida de la Castellana. Cada buzón de la Poste francesa era una Cibeles en potencia y no nos sentíamos polizones en tierra lejana. Cada metro de París era parte de España, unos barrios el sur, otros el norte, pero en todos había eñes.

Y al fondo, majestuosa, con colores amarillos y dispuesta, aparecía la Torre Eiffel, muda, silenciosa, esperando, mirando al frente, con los cuatro pilares clavados en el césped y dos locos que creían ver porterías en sus arcos y balones en cada lata arrojada al suelo.

4 comentarios:

  1. Muchos de mis amigos y conocidos me dice que España ha ganado el mundias gracias a los jugadores del Barcelona. Admito, y mi bien amigo Pepe lo sabe, que ese comentario me molesta mucho, pero hay que reconocer cierta parte de razón aunque nunca lo admitiré delante de ellos. Si es cierto que viendo el partido nadie se acuerda del Barcelona, ni del Madrid ni del Villarreal, todos nos acordamos de España, de los españoles, de su gente esparcida por el mundo, que en ese instante, estoy seguro, se acordaron de su pais mas que nunca y quisieron volver a él como si nunca se hubieran marchado. Au revoir.

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  2. Tienes toda la razón, quizá ver un partido de tu selección fuera del país hace que te sientas más cerca de aquellas cosas que antes no eras capaz de ver. un saludo infinito

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  3. Pepe me encanta el blog! es genial, tu has tenido la suerte de ver el final del mundial en Paris, yo el final de la eurocopa lo vivi en Roma, y te entiendo perfectamente, aquellos momentos disfrutando del triunfo y sintiendonos orgullosos de ser españoles y de haber seguido partido tras partido, con sufrimiento, en tierras lejanas, los triunfos de los jugadores del deporte reina mientras se iban coronando, es maravilloso, simplemente algo que solo pasa una vez en la vida. Un besazo

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  4. Salimos a Champs Élysée y toda la eterna calle era una bengala roja encendida..qué maravilla Pepe!! Estoy un poco desconectado de la red ùltimamente..lo siento..pero me encanta saber de ti por estos canales..tus publicaciones hacen cerrar los ojos y dar rienda suelta a la imaginaciòn..

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