lunes, 26 de julio de 2010

Los tres dedos del ciclista


Llegó de nuevo el momento. Lo anuncia siempre el calendario como la última semana de Julio. Yo, como todos, con mi bañador y la espalda descubierta, me hubiera sentado un año normal en la butaca y hubiera sustituido por un día la siesta por la televisión, le hubiera quitado el mando al jefe del salón y con el sonido del mar que va y viene hubiera visto a aquel hombre de amarillo que tanto le gusta sonreír.

Pero este año es distinto. Cambié el bañador por pantalones largos y un maillot y el salón de la casa de la playa por Champs Elysee, esa avenida que por fotos se ve tan larga y que en directo es mucho más, se lo aseguro. Pero no estaba solo. Me acompañaba un viejo amigo de los veranos, con quien tantas conversaciones he tenido, hace años, sobre la mala suerte de Beloki, el americano imparable (a ver si pilla a nuestro Indurain) y ese joven murciano, Valverde, que pinta tan bien, y con el que también simulaba ser ciclista y hacíamos nuestro propio Tour del Hornillo.

A eso de la una nos situamos en la línea de meta. Quedaban (aún no lo sabíamos) cerca de cinco horas de espera, el calor de la gente y sus cámaras de fotos, y muchas banderas de todos los países ondeando en la avenida más célebre del mundo.

Y de repente se escucharon millones de palmas y el estruendo de los adoquines. Los helicópteros sobrevolaban constantemente la zona y las motos se apresuraban a sacar sus pizarras. Apareció todo el equipo del Astana a la cabeza, con un chico menudo bien cubierto, vestido de amarillo, ese chico que nos está acostumbrando a esto del éxito por estas calles glamorosas.

Pasaron los ciclistas como un viento huracanado, sin apenas dejar tiempo a reconocer las caras. El primero Contador, como una luz entre la confusión. Por ahí Petacchi, con su pelo rubio, Sastre el último, acusando la fatiga, y entre medias, muy de vez en cuando asomaba un tejano cuarentón que es muy amado por estas zonas.

Acabó la carrera y la gente se agolpaba en el podium. Esta vez no hubo fallo. El madrileño levantó los tres dedos de la mano derecha y sonó el himno de España correctamente, esa cancioncita hecha por un lorquino que tanto está sonando últimamente en un país con el mejor himno del mundo.

1 comentario:

  1. La resaca que me dejó el viejo Mark era tremenda pero al ver a Alberto en lo más alto cambió el rumbo de mi tarde. Me apresuré a mi bici e intenté rodar algo más. Cuando llegué a Calabardina era una balsa de sudor y allí me quedé bañándome con tu amigo Miguel Angel

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