sábado, 20 de noviembre de 2010

Exploraciones africanas.


Esta es la historia de una expedición. En la calle la mejor compañía, la lluvia. En su cocina los condimentos se hacían buenas intenciones y los postres se inflaban en el horno. El supermercado me preparó un buen vino que no llegaría a abrirse nunca en esa noche. Agarré el metro. La línea cuatro, la línea del calor, la línea de las citas sin respuestas, de las esperas, de las incertidumbres, la línea de los exploradores y de los sombreros volteados de plumas.

Ya nos vamos acercando. Ya nos vamos acercando. El mapa de la ciudad no servía para nada. Aquella casa estaba demasiado lejos. Cambié un par de veces de línea y salí a la calle, al exterior, donde no se pueden ver las estrellas porque las nubes humanas las tapan. En su sala de estar se preparaba la noche: una tapete étnico, para sentirse siempre joven, un plato con fresas, dos sillas de diseño, que franqueaban una mesa circular, y unos altavoces que sonaban a música extranjera.

Ya nos vamos acercando. Ya nos vamos acercando. Encontré una calle resbaladiza. Los adoquines eran más grandes de lo normal. Atravesé las enfermedades tropicales, los ríos caudalosos que formaban charcos en las aceras, las escaleras de mármol que parecían cataratas rabiosas y azules como la nieve del Kilimanjaro. En su casa ella se retocaba ante el espejo. Un poco de color por esta mejilla, unos labios rojos, volcánicos, como leones encendidos. Se iluminó el incienso en el comedor. Esos aires sepulcrales que vienen directamente de los chamanes o de la sabana.

Yo continuaba remando y cazando antílopes en la noche, con pocas balas en el bolsillo, y encontré, entre la niebla de los tiempos, el número exacto que me indicaba el mapa. Su casa, su choza, su hogar. Era una región abrupta, que nunca había sido explorada por ningún aventurero antes. Estaba nervioso. Tenía la historia ante mis ojos.

En sus ojos se terminaban de acostar los últimos restos de pintura. La línea baja del ojo parecía el movimiento migratorio de los pájaros que componen en el cielo el mejor cuadro. Y su puerta sonó. Un sonido agudo y firme. Las gacelas y las serpientes corrieron espantadas a esconderse, debajo del sofá. Y ella abrió la puerta.

Entré con mi aire calmado, examinando todas y cada una de las marcas de la pared, de las fotografías, los síntomas de radios pasadas. Aclaré mis ojos y los desquité de la lluvia. Y comenzamos a cenar. Al principio con escepticismo, la comida podía estar envenenada, nunca se sabe lo que te puedes encontrar en regiones tan extrañas. Los esclavos iban y venían, y servían sencillos manjares.

Y yo hice todo lo posible para no mirarla directamente a los ojos, porque había escuchado que era letal el hechizo de brujería que se desprendería sobre mí. Y estuve mirando el color del vino, un vino africano elaborado por las manos más lejanas del planeta, y miré las fotos que colgaban de las paredes: mi amigo Elvis, diciéndome: “yo ya lo habría hecho, aventurero”, pero yo, como buen explorador, no podía lanzarme a ninguna expedición sin antes tantear el terreno.

No aclararé más de la noche, de esta expedición africana. El hecho de estar escribiendo es una señal de que salí vivó, de que atravesé bastas llanuras y que los mosquitos y la malaria no pudieron conmigo. Abandoné el domicilio solo, aun de noche. En la calle los obstáculos que antes había superado se habían multiplicado. Parecía un concierto de dificultades y el metro estaba cerrado. Caminé durante dos horas y media hasta el final de mi noche, si es que no había acabado antes. Ella se fue por países más exóticos, con gente más extraña y desconocida. Al fin de al cabo yo sólo era un simple explorador al que se le acabaron las balas en el momento decisivo. Quizá algún día, juntos, podremos estar. Le dije antes de que me cerrara la puerta.

3 comentarios:

  1. El mismismo Cris Colon ha creído que ha llegado a las indias y que ha penetrado las arduas y dificultosas llanuras de su amada india,hasta que al final dio cuenta de que no era la india sino otra.

    las cosas no son lo que son, sino son como las vemos, las vivimos. Puede que te han acabado las balas pero la guerra aún no ha empezado.
    Un aventurero nunca da por perdido, tu expedición ha sido un camino hacia la gloria y la gloria es un constante trabajar.

    FUERZA Y HONOR.

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  2. Señor Anónimo, yo le aseguro que descubriremos nuestros mundos montados en un coche, y atravesando el desierto marroquí, hacia nuevos mapas y nuevas rutas.
    solo puede ser inovlidable

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