jueves, 3 de febrero de 2011

Los hijos de la luz



Estoy sentado justo en el centro de una biblioteca. Miro a la ventana y en el exterior el termómetro no debe de ascender más de tres grados. El cristal está empañado, como si hubieran hecho el amor durante toda la noche pasada encima de las mesas de madera. Intento concentrarme en mi lectura de Rayuela. Sus líneas se me presentan más difíciles que nunca. Me cuesta atender y la cabeza me da vueltas. Se mete en mi cuerpo una sensación extraña de estar en otro lugar, en otra parte. Dejo de tener constancia del tiempo, del espacio. Se me nubla la vista. Las líneas del libro se juntan y las ventanas se vuelven oscuras.

En ese momento veo que desde mi espalda se levanta una chica. No distingo a comprobar si es guapa o fea. Solo veo que se levanta y que se dirige hacia mí, o simplemente camina hacia un punto que coincide con mi trayectoria. Su pelo empieza moverse de un lado para otro. Sus brazos marcan un ritmo que es difícil de seguir. Toda la sala está en silencio y yo me siento caer del asiento que me sostiene. Algo me dice que se está dirigiendo hacia mí y que no tengo escapatoria. Volverán las exasperaciones en la garganta, las sonrisas fingidas y mirar de reojo que mensajes me están mandando los que se encuentran al otro lado de la mesa. Entonces mi cuerpo empieza a salirse. No puedo controlar mis movimientos y me vuelvo torpe y mudo.

La chica ya toma forma y cuerpo. Gira sus pasos y se planta delante de mi asiento. Se inclina tranquilamente y ese silencio que solo rompen las maderas al crujir nunca se produce. Empieza a faltarme el oxigeno. Su pelo es más rubio que los libros de Historia y sus labios parecen dos extensiones del Amazonas. Y yo me siento morir, porque ella se está inclinando demasiado y la camiseta está haciendo vela con el resto del cuerpo y se está empezando a separar de la carne. Y ella está muy cerca. Siento su olor. Siento su respiración, primero en mi nunca, y después en mi propia respiración. Y esto no cesa. Que alguien llame a un médico. Estoy asustado y los cristales se empañan cada vez más. ¿Es que nadie va a hacer algo? No quiero decir que te amo porque no es cierto, no te conozco y tu solo eres producto de otras historias, de otros libros que he leído en tiempos pasados. Pero deja de acercarte que me vuelvo revolucionario. En fin, a por ellos, tendré que besarte y asumir las consecuencias…

Corten. Ha sido una toma esplendida. Creo que ya podemos acabar con el día de grabación. Enhorabuena a todos. Ha sido un placer haber trabajado con vosotros.

- Elías, esto de trabajar dos horas al día como extra en una película de bajo presupuesto es esplendido. Habrá que repetirlo.

- ¡Illo, y además noventa y cinco pavos por leer y estudiar lo que tú quieras!

- Esto es París. No se hable más. Esto es París y lo demás es tontería.

- Espera. vamos a hablar con esas alemanas, que parece que tienen ganas de juerga.

- Vamos a invitarlas a unas cervezas. Son alemanas. Seguro que dicen que si.

- Pero chicos, ¿Esto entra dentro de la actuación o no? Mira que yo no estoy para más excesos dramáticos.

- Vamos Pepe, eres un cagón, tu solo tienes que mirar fijamente y déjame hablar a mi. Después de hablar un rato le dejamos el número de teléfono en una servilleta y ya está. Trabajo hecho.

- Antonio, tu es que eres un maestro en esto.

- Perdonad chicas, ¿Están libres estos asientos?

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