martes, 21 de septiembre de 2010

Reencuentros con escusas.

Ciertas noches uno decide decir basta. Y lo hace porque se siente cansado, porque necesita buscar nuevas historias donde inventarse cada día, porque le suceden circunstancias que no se pueden plasmar en el papel, porque siente que no puede responder al público y le debe una disculpa más allá de las palabras.
He estado tres semanas fuera, inmerso en un mundo que se hace llamar París, y que es totalmente diferente a lo que os he ido escribiendo durante los dos meses de verano. Este París sigue teniendo parisinos, y siguen siendo muy antipáticos, pero a la vez tan elegantes… sigue teniendo mujeres bonitas, en todas las calles, en todos los cafés, y ellas siguen haciéndome sentir feliz en la transparencia de sus miradas. Esta París se inventa cada día, es una ciudad hermosa dentro de un caos establecido, donde las personas no son personas, son números, donde existen los turistas, los parisinos, y luego los demás, que somos como cazatalentos en busca de un sueño, de una de esas miradas que me hacen sentir transparentes, o de una simple botella de vino con personas que acabas de conocer, y que sin embargo darías una de tus vidas por estar con ellos.
París y yo les debemos una gran disculpa, por estas tres semanas de sequía escrita, de silencios. Les debemos muchas botellas de cerveza barata junto al Senna y alguna que otra noche romántica con nombres anónimos.
Poco a poco. Estas tres semanas no han sido absurdas. Me han creado. No soy extraño en esta ciudad. Este blog no es un blog de turistas.

Conocerán París no como una bella ciudad, sino como una forma de vivir y de amor.

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