lunes, 14 de febrero de 2011

Capicúa



Llenos de vida, como si no existiera nada más grande sobre nosotros. En el lado más humano de los milagros. Veinte grados en París. Y camina la tarde por Jardin des Plantes, en lo alto de un sendero luminoso y encendido de hojas secas. Bajo la cúpula de nuestro Gólgota. A lo lejos el Sena curvándose como una mujer desnuda sobre una cama fresca. La mezquita que huele a té y a revoluciones verdes. Las parejas a nuestro lado, besándose como si nos besaran a nosotros. Algún día veremos de verdad el mar. El tiempo no pasa por algunos rincones de París. Somos eternos, pequeño fotógrafo de tristezas. Esa mujer debe ser prostituta. Nos mira muchísimo. Cuarenta años. Busca algo en su bolso. París está llena de pequeñas cosas que terminan siendo grandes noches. El Sena sigue desnudándose. Que bien huele Ipanema en invierno. Apunta su dirección en un tique de compra. Las botellas de vino que nos habremos bebido. Vemos los labradores haciéndonos el paladar ceniza, desde un campo del sur de Francia. Será una madre que está haciendo un descanso en su trabajo. Podría ser publicista. Nos da un papel y me aprieta la mano bien fuerte. En Italia ahora mismo deben estar pensando que no existimos. España, sencillamente no existe por momentos como este. Los metros siempre parten llenos. Los árboles han dejado de moverse. Algún día quiero ir a Salvador de Bahía, donde a otro diste el amor, que hoy yo te devolvería. Mira esto, tío, es París. Míralo, es París. Qué quieres. Es París y todo lo demás es mentira. Es febrero y hace sol. Te quedan dos horas para conocerla. Es febrero y te quedan dos horas para conocerla. En algún lugar del mundo deben estar llorando, riéndose, clamando contra la tristeza, pero nosotros nos tumbamos al sol en París. No le mientas esta vez. Sé tu mismo. Nos veremos dentro de unos meses. Me vas a abandonar. Será ella. É lei. Hoy es febrero, y es once, y es dos mil once. Es capicúa. Brindo por este sol y por las tarde que nos quedan juntos. Ella te preguntará dónde has estado todas estas horas. Todas tus horas que forman una ciudad. Estamos en París. Déjate llevar. Estamos en París. Todas tus horas que forman una ciudad. Ella te preguntará dónde has estado todas estas horas. Brindo por este sol y por las tarde que nos quedan juntos. Es capicúa. Hoy es febrero, y es once, y es dos mil once. É lei. Será ella. Me vas a abandonar. Nos veremos dentro de unos meses. Sé tu mismo. No le mientas esta vez. En algún lugar del mundo deben estar llorando, riéndose, clamando contra la tristeza, pero nosotros nos tumbamos al sol en París. Es febrero y te quedan dos horas para conocerla. Te quedan dos horas para conocerla. Es febrero y hace sol. Es París y todo lo demás es mentira. Qué quieres. Míralo, es París. Mira esto, tío, es París. Algún día quiero ir a Salvador de Bahía, donde a otro diste el amor, que hoy yo te devolvería. Los árboles han dejado de moverse. Los metros siempre parten llenos. España, sencillamente no existe por momentos como este. En Italia ahora mismo deben estar pensando que no existimos. Nos da un papel y me aprieta la mano bien fuerte. Podría ser publicista. Será una madre que está haciendo un descanso en su trabajo. Vemos los labradores haciéndonos el paladar ceniza, desde un campo del sur de Francia. Las botellas de vino que nos habremos bebido. Apunta su dirección en un tique de compra. Que bien huele Ipanema en invierno. El Sena sigue desnudándose. París está llena de pequeñas cosas que terminan siendo grandes noches. Busca algo en su bolso. Cuarenta años. Nos mira muchísimo. Esa mujer debe ser prostituta. Somos eternos, pequeño fotógrafo de tristezas. El tiempo no pasa por algunos rincones de París. Algún día veremos de verdad el mar. Las parejas a nuestro lado, besándose como si nos besaran a nosotros. La mezquita que huele a té y a revoluciones verdes. A lo lejos el Sena curvándose como una mujer desnuda sobre una cama fresca. Bajo la cúpula de nuestro Gólgota. Y camina la tarde por Jardin des Plantes, en lo alto de un sendero luminoso y encendido de hojas secas. Veinte grados en París. En el lado más humano de los milagros. Llenos de vida, como si no existiera nada más grande sobre nosotros.

1 comentario:

  1. Hay, en Argentina, una cerveza mejor, se llama Patagonia...te la abro.
    Si, pudiesse darme voeltas por la cupula (o no se como se chama la cosa esa de jardin des plantes) y mas voeltas, podria ver eso.
    Podria ver las hojas rojas. Podria ver las hojas siendo llevadas. Quizas, hasta, las hojas verdes claritas.
    Te las abro, es lo que puedo oferecer, cerveza y hojas.
    Por el momento

    ResponderEliminar