martes, 1 de febrero de 2011

La vida, ese paréntesis



En la mesa del centro gente muy extraña. Un señor que mejora con la edad parece querer decirle algo a una mujer que a su vez lo interrumpe. Él apoya su cerveza en la mesa y se somete a la voz de ella. Entre ambos estoy yo, agarrando esa cerveza negra que me secará el ardor ácido que me rondaba la garganta durante todas las horas de frío.

La sala está rodeada de espejos pero ninguno nos refleja. La vida parece que continúa su marcha y nadie capta que estamos en el centro de la escena, que venimos de fuera y que estamos de transito en esa cafetería del centro de Bruselas.

¿Bruselas? ¿La recuerdan? La ciudad que asiente como las prostitutas ante la libertad de dormir solas, la ciudad que siempre queda después de todas las veces que me han dicho no, la ciudad de las huellas españolas, y por un fin de semana, la ciudad de los reencuentros helados entre flamencos y valones.

Pero estos días Bruselas fueron algo más que una ciudad ya vista. Fue también Gante y trenes que partían entre la niebla. Fueron chicas que mi madre miraba recelosamente y gofres de chocolate que costaban tres semanas de dura dieta de ensaladas. Y los cafés se hicieron largos amparados por una conversación ya tenida en millones de días, pero que se renueva en cada ocasión como si fuera diferente. Padres, me quiero quedar en París el año que viene, porque esta ciudad me hace ser quien realmente quiero ser. ¿Y cuándo acabarás la carrera? Los volcanes más activos son los de la zona del Pacífico. ¿Pero es que realmente ha muerto el Mayor Winters? Hoy he soñado que estábamos los cuatro en una habitación de hotel de Bruselas donde hacía mucho frío. Hijo, ¿Cómo van las chicas? ¿Hay alguna que te ronda? Tú no puedes estarte quieto. Come más que a saber lo que comes por ahí… y las calles vuelven a hacerse nuestras, y cada rostro gracioso que vemos entra en nuestro pequeño Pantheon particular, y los abuelos volvieron a recorrer con sus bastones las mismas calles heladas de Brusela, Pepico, como en España en ningún sitio, en Bastogne lo tuvieron que pasar muy mal en el 44, estoy mirando becas para Chile, porque allí el negocio de los geofísicos está muy valorado, mira a tu padre como se emociona, como si estuviera viendo nacer a un nuevo hijo, y ya vamos por la cuarta cerveza, hijo, no bebas más que no me gusta verte así de tonto, haz las paces con tu hermano, que sois uno, que no sabéis estar separados, que se os nota en la comisura de los labios al reíros.

Y volvimos a ser aquellos cuatro que iban juntos a misa (nuestra misa siempre ha sido la de sentarnos los domingos en el sofá y dormirnos los cuatro a la vez, leyendo un artículo de EL PAÍS), los mismos que atravesaron el Atlántico a través de la televisión vieja de la casa, los mismos que reciclaron sus cabezas para los nuevos tipos de arte, los mismos que hablaban del 13 de Marzo y escucharon a Iñaki Gabilondo el Buenos Días de las mañanas.

Y la despedida fue en el mismo hotel donde estuvimos los 21 años de nuestra vida sin saberlo. Las caras llenas de incertidumbre por saber cual sería la próxima ciudad que nos reúna. El recepcionista nos saludo con alegría en la puerta acristalada del hotel, deseándonos buena suerte con el viaje de vuelta. Yo de nuevo a París, con mis grandes alucinaciones de piedras románticas y ellos a España, con sus noticias que vienen del lado de los silencios y de los pésames.

El pobre recepcionista no sabía, que la foto aquella de la cafetería la había hecho mi hermano, esa especie de espejo donde por más que no quiera mirarme, siempre me encuentro.

4 comentarios:

  1. Yo(n) estoy posiblemente ante la mujer más bella de la facultad. Escucha música, escribe en una libreta y mira cosas en internet. Debe ser del Este. Pero ahora mismo no puedo mirarla, después de leer esto estoy reteniendo mis lágrimas.

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  2. Promesas del Este; nada como la soledad. que no te engañen

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