sábado, 9 de abril de 2011

Banderas y Colegiales



Hay mañanas que se quedan quietas en el mapa, y ni siquiera las mueven los coches, con sus conversaciones dolorosas, o las nubes, que se apartan del cielo como se apartan los niños de las sombras. A esas horas de la mañana el metro seis hierve de turistas y de trabajadores. Sus vías se mueven sobre las calles y barrios como si fueran una montaña rusa sobre madera, buscando las esquinas con la agresividad de los acantilados, acercándose a las paradas con la precisión de las despedidas.

Me senté a esperarlo. Más o menos debía ser una hora. Llevaba mi libro conmigo, el que siempre permanece atrapado entre las manos pero que nunca se decide a abrirse. A un lado la embajada de la República Checa, con su bandera de primaveras pasadas. A otro lado, Champs de Marse, con sus jardines verdes y su ejército de operarios de limpieza. Era aún temprano. Las nueve de la mañana ni siquiera se marcaban en el reloj. A esas horas la ciudad es preciosa, liberada de los turistas y dejada a la merced de los viandantes sin rumbo.

Apoyada la espalda en un banco de madera, me vinieron a la cabeza cientos de noches en Granada, en el Colegio Mayor Cardenal Cisneros, entre el silencio de las horas prohibidas y las campanadas de la radio. Ese estudiante de Derecho, venido de las playas de Almería, que se trajo de sus costas el color de los ojos y el aire simpático del sur. Sobre el banco de madera, mirando la distancia entre la Torre Eiffel y el Sena lo pensaba: con él es imposible discutir.

Y lo trajo todo a París. Hacer una Erasmus significa marca ciudades en una carta geográfica y discutir entre capitales y cuentas bancarias los lugares a visitar, los amigos que recuperar, las experiencias que descubrir, y sobre todo, con quien descubrirlas. Volvimos a ser los mismos amigos que bajaban de puntillas a cenar al comedor, porque cerraban a las diez, pero esta vez en la Ille de Saint Louis, con vino y guitarras que alejaban los espantosos gritos de los demás colegiales. Volvimos a ser los mismo que se vestían de largo, peine en mano frente al espejo (hay que impresionar a las chicas), para descubrir una nueva canción en las discotecas, o una nueva sonrisa, pero esta vez la música era metálica y en directo, y los cuerpos que se movían a nuestro alrededor sabían de francés y de mitologías parisinas. Volvimos a ser los mismos que en un día de Marzo de 2008 se recogían por Pedro Antonio de Alarcón, augurando tiempos mejores, pero ahora esperábamos en la parada del autobús nocturno, con la certeza que los tiempos mejores habían llegado, porque aquello que sonaba a lo lejos era la Fontaine de Saint Michel.

Y muchas veces, en el devenir de estos meses, me preguntaba que qué más me podía dar París: cientos de amigos, cientos de conversaciones giratorias en un café caro, cientos de bailes y de pensamientos adulterados. Uno busca por los Quai respuestas a tantas preguntas que ni siquiera aclara a formular. Pienso en las personas que he dejado atrás, en los que emigraron hacia otros caminos de no retorno, en los que se tragó la tierra y los horarios, y siento que todos ellos son uno mismo al borrarse un número de teléfono, o desaparecer una tarde de cervezas de tu cabeza.

Siguiendo las huellas de nuestros hermanos, él dejo la Roma de las raíces de mármol y de los gatos entre las murallas para venir a París, a la ciudad de los puentes que suenan a verano y de los gatos entre guardillas y terrazas. Caminamos entre las luces nocturnas, entre el lujo y los vagabundos, entre los jóvenes y los viejos, entre Vargas Llosa y la división azul. Y vimos que la amistad era mucho más fuerte que el tiempo, que los kilómetros, o incluso que las propias palabras.

Ese regusto que nunca esperaba encontrar, me llegó a la boca cuando se montó en el autobús con destino al aeropuerto. El agua que no riega la boca y que seca las palabras, mientras imaginaba que el muchacho de Almería con la bandera de España en la maleta, pronto llevaría una de Francia a su lado. Unos colores que nos unirían para siempre, como nos han unido siempre los otros.

2 comentarios:

  1. Me habéis devuelto a Suecia, cuando nuestro hermano Álvaro emprendió aquel viaje de nieve y rubias. Ahora se que el lugar no es importante, que lo único imprescindible es que los hermanos seamos los de antes.

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  2. Macho, perez-muelas... mira que vengo con unos cuantos morteros, pero a decir verdad se me saltan las lagrimas con la entrada que me has dado en el blog... si me tengo que arrepentir de algo en este erasmus no será de este viaje a París, y mucho menos de la compañía...Vargas esta con nosotros. Un abrazo hermano, Linköping sigue presente.

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