miércoles, 11 de mayo de 2011

Peces Contaminados


Fueron días de vino y rosas. Fuiste tú. Podías haber sido otra. Podías haber venido desde las profundidades de Rusia, del siglo XVI con sus torres acuarteladas y desde lo más profundo de mis dudas. Pero fuiste tú, como los minutos que quedan antes de que suene la alarma. Como el último hilo de agua cuando la ducha ya está cerrada. Como tú.

Yo, que nunca he creído en las coincidencias de los pasos de cebra, ni en “esta es la última copa, por si pasa algo”, ni en los semáforos en roja desde la otra acera, ni en el azar del Nocturno 14 en la parada de Place Sorbone. Yo que fui ateo en las escaleras y en la espuma que deja la cerveza en el cristal, fui a creer en un Quai cualquiera, cerca de Notre Dame.

Sola, delante de un vaso vacío, me esperabas por la tarde. Yo miraba el reloj con la impaciencia de las primeras citas. Esta era distinta. Hay gente diversa que camina por la ciudad, que toca la guitarra, que pasea a los perros y no sabe hacia donde se dirige. Yo tenía los mapas del metro de París grabados con lentitud en mis ojos. Un primer café bajo el cielo de París. Algunas nubes en el cielo. Pero esperemos a que anochezca. Las luces tenues te hacen los labios más sabrosos.

Recuerdo que por la noche pensaban en nosotros cuando caminábamos. Las curvas de la Ille de Saint Louis se movían sobre los taxis como una playa encendida. Sobre el asfalto los coches rumoreaban sobre si era lícito agarrarte, de repente, de la mano. En una cervecería, debajo de la mesa, los dedos se hacían extensiones de las rodillas. ¿Me están acariciando en alguna parte de mi cuerpo? Tú me acaricias pero miras hacia otro lado, como si no me conocieras de nada. Los mentirosos se acodan en la barra pero tú me estás acariciando suavemente la tela del pantalón, que se hace piel morena y sedienta.

Y después, cuando el alcohol ya era una palabra dicha, las bocas se calentaron de París, París, París, ese santuario de los amantes que nunca se han visto. Yo no espero a que venga ninguna mujer a recogerme. Estoy solo en una ciudad que ha visto crecer mis ilusiones y mis fracasos con la rapidez de los meses. A ella le gusta el Sur. Me lo dijo así “A mí me gustan las calles imprecisas y que el mar te llene las manos de sal”. Pero yo solo podía ofrecerle una ciudad insomne, una ciudad de atascos de pensamientos y de una lluvia que espera al asesino y las tazas de café.

Pero en aquella noche todos fueron desiertos y ladrones. Los perros aullaban más que nunca. Yo buscaba sus labios más allá de los comercios cerrados y de las esquinas orinadas. Saint Germain tiene la incertidumbre de su nombre y de dos ingleses que se han perdido. Vendrán otros. Vendrán otros como yo, y mejores. Pero no tendrán París. Yo seré una vana palabra pero se quedarán París y sus bancos improvisados en los portones.

Aprendí a saber qué era un beso musical entre árboles y peces contaminados del Sena. Aprendí a contar en vertical entre unas sábanas que si hicieron rumores y miradas rabiosas. Y esa despedida anunciada un mes atrás se convirtió en un avión que nos dividía el cuerpo, en dos ojos escamados, en tres fotografías que hablaran a los que vengan de cinco días y cinco noches entre cuadros impresionistas y comidas ligeras en el placer de la juventud. Hablaran en muchos idiomas. Hablarán de París, de mí, de ti, de mí y de ti…Ma il cielo é sempre piú blu.

No hay comentarios:

Publicar un comentario