miércoles, 11 de mayo de 2011

Sobre los placeres de la lectura (con Elias)



Seamos sencillos. Al fin del cabo la vida se presenta de la forma más insospechada posible. He estado en el Louvre, delante de La morte Della Madonna durante dos horas, viendo como pasaban a mis espaldas turistas aburridos y mujeres que eran avisos de la primavera. He escuchado el canto gregoriano en el altar mayor de Notre Dame, una noche donde París dejó de dormir. He caminado junto a medio millón de socialistas y trabajadores hasta Place Della Bastille, en un Octubre de claveles rojos y canciones de la guerra. He estudiado en los mismos pasillos donde Jean Paul Satre fumaba sus cigarrillos de liar y de abstracción. He conocido todos los nombres que se dirigen hacia la sala cinco del Pompidou. Pero…uno siempre recuerda aquel paso que dio sin querer por una calle que no esperaba.

Y es allí donde encuentra una librería de segunda mano. Pasa por las secciones de fotografía y de naturaleza y llega hasta literatura universal. Esquiva el siglo XIX como si fuera una piedra mal puesta en el camino y agarra el primer libro que le viene a la cabeza. El escritor es argentino. Dos metros de altura y una erre gutural que se pasea por los puentes del Sena como un gato perezoso perseguido por el calor. Se saca de las estanterías. Se abre. ¿Cuántos ojos han leído esta misma línea que ahora leo yo? ¿Cuántas ciudades han visto este ejemplar? ¿Cuántos trenes? ¿Cuántas mesillas de noche? ¿Cuántos pensamientos que terminan en la masturbación y los mensajes a las tres de la mañana?

Y uno compra ese libro por dos euros cincuenta y encuentra en cada parque una escusa para empezar a leerlo. Llaman al teléfono, y Elías, este hermano de noches desubicadas y de botellas vacías, te anuncia que viene de comprarse un libro que le está cambiando la vida. Te dice el título. Miras con sorpresa sobre la portada de tu libro que se trata del mismo. Sabes que en París no existen las casualidades y cada capítulo se convierte en una cerveza, y cada rincón citado por el libro se hace un santuario, y cada calle es una peregrinación, y cada beso dado entre las líneas es un beso que se busca de noche y de día.

Y cada libro leído entre los dos es una buena escusa para una tarde inolvidable. Los dos hemos sido Oliveira, que persigue a la Maga para evitar que se suicide y que caiga a las aguas del Sena como una gota despistada. Nos hemos enamorado de una vagabunda con el cabello largo y sombrero, porque la mierda está más cerca del amor que el cielo.

Y hemos sido también Ricardito, ese muchacho peruano sin ambición que perseguía a su niña mala por todas las ciudades que es esta ciudad. Y aprendimos que también los que no leen a Freud pueden ser felices, y que el ser rebelde no tiene por qué empezar con una corbata o un sombrero nuevo.

Al final, con cada libro hemos descubierto una ciudad diferente a la de los demás. Con cada línea entendimos que París también es soledad, y que los títulos compartidos se hacen legendarios cuando son leídos entre cafés y calles saturadas de historias por contar.

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