sábado, 28 de agosto de 2010

Mareas en Saint-Michel




Hay un lugar en el norte de Francia que está totalmente alejado de cualquier realidad que podamos imaginar. Si tenemos ligeras sospechas sobre la existencia de algún animal mitológico, que pueda habitar hoy en día, sin duda, lo encontraremos en Saint Michel. Si debemos ubicar la Atlántida en algún paraje del planeta, no duden en echar vistazo dentro de la lista de posibles candidatos en los recónditos acantilados de Saint Michel.
Este monasterios medieval está situado entre la frontera de la Bretaña francesa y Normandía (ambas provincias se pelean por su custodia) y a un kilómetro del punto terrestre más cercano. Solamente una fina franja de tierra une el continente con está pseudo isla cuyos dominios jamás han sido conquistados por ningún imperio (los ingleses lo intentaron, pero se quedaron varados alrededor de una masa informe de agua).
Pero sin duda, el momento culminante de la visita (un castillo es un castillo en el Norte de Francia y en el sur de Italia) es el anochecer. De repente, como un ejército organizado, la marea empieza a crecer de forma vertiginosa y la espuma y la sal comienzan a llenar el arenal con peces y la sumergen en una negra zona de agua. Es el movimiento de mareas más brusco del planeta, y observarlo desde una alta tarima, en un torreón del castillo, o simplemente, acomodado en una roca milenaria vale su peso en oro. El cielo se torna de un color anaranjado y parece que va a estallar (mi hermano imaginaba eso mientras hacía fotos), y en unos pocos minutos la marea ha devorado el sendero y ha obligado a los coches a retroceder.
Mareas, cuentos medievales, mitologías oídas mil veces, cruzados muy cruzados, discusiones familiares, pasajes nocturnos por las salas frías del castillo, violines a media sonoridad y rubias incesantes acariciándolos con suavidad, más discusiones familiares, el mar, tan cerca y a la vez tan inaccesible (uno mira hacia la tierra y se siente lejano), y al final de todo, un pizza con la familia para recordamos que nos tenemos los unos a los otros.
Que lugares estos, que nos transportan de acá para allá, para descubrir que con muy poco sonreimos.

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