miércoles, 4 de agosto de 2010

Sombras en Saint-Louis




Esta noche he llorado por primera vez desde que estoy en París. Aclararé que no se trata de melancolía, ni faltas o recuerdos. He llorado de felicidad, y eso no pasa muy a menudo.

La noche se había derivado muy sencilla y colorida; había ido a cenar unos crepes con dos amigas arquitectas recientemente conocidas. Nos encontramos por casualidad, en Sebastopol, y nos fuimos deslizando hasta las orillas del Sena, hablando sobre qué nos había traído a esta ciudad y que esperábamos de ella. Tras un paseo de verano cada uno tomó su camino y marchó a casa, pero yo me quedé divagando por las orillas del río. Estaba inquieto y necesitaba caminar.

Recordé la recomendación de mi profesora de Hispanoamericana en Granada, que me había advertido que su lugar preferido en París era la punta norte de la isla de Saint Louis, la isla más grande de las dos que tiene la ciudad. Debían ser las once de la noche y me dirigí tranquilamente hacía allá, con la cabeza puesta en todos los amantes que me encontraba por el camino.

Cuando llegué me senté en un banco y encontré por primera vez un motivo donde sentirme enteramente feliz en esta ciudad. A mi izquierda podía ver, a sólo unos metros, las gárgolas salientes de Notre Dame, las chimeneas de la Cite, humeando lo mágico de la noche, los viandantes apresurados, como si el tiempo no existiera en la oscuridad. Sobre mí se abría en dos el Sena, con una luz líquida que transportaba cientos de cenas con velas y el sonido metálico de una flauta travesera en la distancia del agua; y a mi derecha los puentes que comunican con la ciudad, repletos de escenas únicas de espontaneidad, y las ventanas de las casas encendidas, cada una con su historia particular y con su noche señalada.

A mi lado un hombre tocaba la armónica y la ciudad parecía existir solamente para mí en ese momento. No agaché la cabeza cuando dos jóvenes se besaban en una barca o cuando un grupo de cinco amigos se contaban historias al ritmo de una botella de vino. Y detrás de mí llegó el éxtasis de la noche: mi imagen proyectada sobre el gran edificio de la isla, el mismo edificio que ve todos los días las imágenes que les estoy narrando, como si mi sombra se hubiera independizado de mi, como si se hubiera salido de mi propio cuerpo y estuviera volando por el entorno, como la sombra de Peter Pan que se desliga de él y quiere asaltar los balcones y sentir la vida por si misma en un póster de los Beatles. Fue entonces cuando empecé a llorar.

4 comentarios:

  1. TODO EL MUNDO: Daniela, que quieres que hacer cuando seas grande?

    YO: Pasear.

    ahora sè que me entiendes. ;-)

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  2. Eres el auténtico Peter Pan..te recuerdo que en mi casa también tu sobra quiso despegarse de ti y apoderarse de un instante, acopaNado por un piano de aire..

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  3. Francesco, que gran momento fue ese, en tu casa de Granada, mientras nos moríamos con Historia de la Lengua... ese día mi sombra cobró vida.
    Daniela, te recuerdo que te preopuse dar paseos varias veces por Granada y tu me rechazaste porque sabía mejor el Italiano que tu... jejej

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