miércoles, 29 de junio de 2011

El último café



Yo estaba sentado en Odeon, en la boca de la salida de metro, justo a los pies de la estatua de Danton, que reza “Después del pan, la educación es lo primero para el pueblo”. Miré el reloj en un par de ocasiones. Solamente eran diez minutos de retraso. Los coches hacían del Boulevard Saint Germain una playa visitada los domingos, un verano de parques y bicicletas. A lo lejos las torres de Saint Sulpice se escondían, gemelas, entre las buhardillas y las nubes.

La noche de antes se sucedieron las despedidas. Los amigos cantábamos y bebíamos vino. Se abrían las heridas que nos han formado el cuerpo este año. Los amores, los fracasos, que al final, son los mayores triunfos, porque ponen voz a los escenarios. Todos se desnudaban encima de los vasos vacíos, y contaban sus verdades, que han sido las batallas y los ecos de un año, los cristales rotos en el suelo.

Y el rumor amargo se asomaba en mi boca, y no me dejaba pasar bien los tragos. Estos últimos tragos que aparecen cuando el mes de Mayo se está acabando. Busqué mi móvil. Me evadí de los asuntos y de las noches, y encontré su número, perdido entre un recuerdo de una noche de Noviembre, que casi era un rumor, y varias respuestas negativas.

Y pasaba el tiempo en Odeon. ¿Cuándo fue la última vez que la vi? Hace siete meses. Quizá ya ni se acuerde de mi cara. Todos cambiamos y la ciudad nos ha ido moldeando, ha ido inyectando carne en lugares donde el rostro representaba cadencia. Ha ido iluminando facciones que antes no existían. Ensombreciendo párpados y haciendo ligeras las manos, metidas en las sombras de la noche y los rincones más románticos.

Me armé de valor y las palabras se escribieron. Me voy mañana, solo pido un café. Y allí me encontraba. En la misma calle que me había visto pasear cada día, en invierno, con bufandas y sin paraguas para la lluvia, y en otoño, con manifestaciones y fotografías que olían a tiempos viejos y sabios.

Y ella llegó. Puntualmente retrasada, como se espera en las mejores citas. No la vi desde lejos. Escucho como pronunciaba mi nombre, como si leyera un salmo, como si acabara de descubrir un hallazgo, un resto arqueológico. Me llamó, y me levanté avergonzado. Si, han sido siete meses, y ahora que te estoy viendo tan cerca, los siete meses han sido siete horas, han sido muchas cervezas en las que esperaba tu entrada en un bar, por sorpresa, han sido muchas recogidas solitarias, muchos paseos en bicicleta, sin un carril compartido. Siete meses. ¿Pero dónde has estado este tiempo? ¿Y yo? ¿Cómo me voy ahora de esta ciudad? Solo un café, que mañana los trenes parten llenos, y la ciudad se quema en el crepúsculo de la ausencia.

Ella iba vestida con una chaqueta azul marina y con las mangas dobladas. Me recordaba una canción de los Beatles que no sabría definir con exactitud. Caminamos unos diez minutos, y encontramos la primera terraza idónea para recuperar siete meses en dos horas de café. ¿Siete meses? No has cambiado nada. Estás estupenda. ¿Me has echado de menos? Solo un café, que tengo prisa. Me voy mañana. ¿Qué quiere decir mañana? Siete meses.

Hablamos de Machu Pichu, esas ruinas que viven dentro de mi, esa Lorca perdida y detenida entre la selva. Algún día iré a Perú, quiero conocer tu país. ¿Me llamarás? Solo un café, que siete meses dan para mucho olvido. Y yo me sentía Ricardito, que estaba delante de La niña mala. Sabía que con su sonrisa podía inmovilizarme. Pasaban los minutos y nosotros hablábamos. Desde que te conozco, creo en las casualidades, creo en los autobuses nocturnos y en los tes a media tarde en la mezquita. ¿Tú sigues aquí el año que viene? Vendré a visitarte. París no será más un cuadro en mi pared. ¿Qué has hecho en París en estos siete meses? Y yo callo, porque no siempre he sido el hombre del traje gris, y en las orillas del Sena he visto el gran desfile de la vida, en su plenitud, en su decadencia, en sus sombras y en sus lagunas de luces.

Me voy mañana. ¿Qué quiere decir mañana? Siete meses. La vida muchas veces no dura tanto. ¿Cuántos cafés caben en siete meses? Dos horas no justifican siete meses. Me tengo que ir, he quedado con mis amigos. Estamos hablando. Sabes que puedes volver cuando quieras. La miro. Le clavo los ojos en sus ojos. Sus ojos color miel oscura, su pequeña boca de acantilados. Yo vengo del Mediterráneo. Tu mirada es un continente que llora y se levanta. Siete meses, y ninguna respuesta. ¿Por qué no me insististe? Los imperios no se crean a la primera. No se salvan en dos horas.

Yo sé que Odeon siempre me hablará de ti. Yo sé que París me hablara de ti. Les hablará de ti a mis amigos, cuando todo sea confuso, cuando cuente alrededor de mis fantasmas que yo fui dichoso en esta ciudad de ceniza y caricias azules. Que fui joven y conocí a una peruanita que me hacía enloquecer cuando no respondía a mis mensajes. Yo sé que has sido parte del cuadro en mi pared. Has sido siete meses de silencio, que sonaban más que las campanas de Notre Dame los domingos. Dame dos besos. Que tengas mucha suerte. Nos veremos en el futuro. Yo me voy mañana. Soy un verbo y una ciudad. En siete meses le demostramos al mundo que eras La niña mala, que el café dura dos horas, y que las despedidas se sienten toda una vida, porque nunca terminan de cerrarse.

2 comentarios:

  1. A partir de ahora París es también un café. En tu viaje de vuelta devuélvenos ese cuadro que las paredes de tu cuarto están vacías. Buen viaje nene

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  2. "El último café", Julio Sosa, espero que este título venga del tango, si no, escúchalo.

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