martes, 14 de junio de 2011

Uno de los grandes





El inicio y el final, como dos puntos que se juntan en una esquina, o detrás de una cerveza a la que se le sale la espuma, o frente a un barco que transporta arena mientras nosotros decimos que se trata de cocaína.

Fue un quince de Septiembre, el día de la independencia de México, a la altura donde se junta Saint Germain y Saint Michel, ya saben, esa explosión de tráfico y mujeres que huelen a verano. Lo vi por primera vez. Esa clase de tipos que conocido un año antes no sería nada, ni un nombre, ni un teléfono, ni un rostro. Pero lo conocí en París, y era Septiembre, y era sol y era a la vez incertidumbre.

Él pronto fue para nosotros el hombre de la filosofía. Siempre había una palabra justa para cada situación, una mirada de seguridad que definía cualquier gesto de la vida: qué las chicas no nos miran: bueno, relájate, estamos en París; que no queda bebida: atravesamos tres barrios para comprar unas latas; que el sol nos daña los ojos a esta altura de Saint Louis: tío, sabes que mis gafas de sol me hacen guapo, y eso nos gusta.

Y todas las vueltas a casa eran excusas siemp

re para quedarnos un poco más. Desde que supimos que eres Egos, y que yo soy Jimmy, las esperas al Nocturno 14 siempre eran más amenas, los asientos más cómodos, los partidos donde veíamos perder al Madrid menos dolorosos, las comidas rápidas y las incursiones a la lengua turca más humanas.

¿Sabes?, esas tardes son la que nos hacen grandes, las tardes donde no me pasabas el balón, porque tu ansia de gol te hacía no ver amigos en el campo de tierra; esas tardes donde no existía un reloj ni un tren, y nos acomodábamos en cualquier rincón de la ciudad, un poco enamorados de lo que pasaba por nuestro lado, un poco nostálgicos de lo que había pasado ya; esas tardes donde nos quedábamos callados, como esperado encontrar una sombra de repente, o montados en bicicleta, donde cualquier caída era evento de risa y besos al asfalto y al vino.Pero bebíamos muchas noches porque no sabíamos si íbamos a estar despiertos al día siguiente. Y cada paso se nos aparecía más incierto y más maravilloso. Conocíamos gentes de todos los lugares. Dos chicas que venían de Suecia, y se sentaban a nuestro lado en un bar, un grupo de latinas, que hacían de nuestro idioma el mejor de los juegos y de los acertijos. Era entonces, en la quietud de una farola, cuando te ponías con tu pose de malo del Bronx, pegabas el último trago a la botella, y exclamabas por todo lo alto que no somos de este mundo, que nosotros somos otra cosa, que los centímetros demuestran que no todos somos iguales, que hubiéramos sido más felices si Elías hubiera sabido tocar la trompeta, yo el trombón, y tu la armónica, porque la felicidad residía en un puente, en algo de frío, y en una música que venía de todas partes.

Al final, descubrimos cadáveres, descubrimos que ciertos seres humanos tienen semejanza con las vías del metro, que los rinocerontes existen, caminan sueltos por Venecia, que la comida del vasco es un lujo para estudiantes, y que si se toma acompañado siempre es mejor, que el apartamento de Francesco es el mejor lugar del mundo para fumar, que los italianos son unos guarros, pero nosotros también, aunque con estilo y filosofía, que no te metas esta noche en el ordenador, que te va a hacer daño, que tu estás ahora y aquí, en París, que eso es otra guerra y hay otros ojos a los que mirar y otras manos a las que prometer amor eterno, que las discotecas, por regla general, son agujeros negros en los que no hay salida, que los museos son para parecer interesante, pero teniendo el sol y teniendo la vida, los cuadros permanecen mejor lejos, que los aviones dan miedo, que nosotros, fugitivos del tiempo y de la juventud, somos indignados en Beauvais, que Joseph, si estás muerto, ¿Por qué coño sigues en la escalera?

Y llega el autobús, a lo lejos, sin poder asimilarlo. Sin poder creerlo. Tú agarras tus maletas, que son dos, y son muy pesadas. Me regalas las botas de futbol, las mismas que no me querían pasar el balón, porque los goles son solo tuyos. Y el autobús se acerca, con su paso de ejército alemán. Y nos miramos. Nos espera Granada, carajo. Ha sido un honor. Esta noche beberé por ti. Esta noche no beberé, por respeto. Joder, eras uno de los grandes y te has ido. Gracias, Egos, por demostrarme que el amor también está en dos piernas y en unos dieciséis años.

2 comentarios:

  1. Por el bar, por el sena, por los rinocerontes, por jimmy por egos y por supuesto tambien por ringo, un poco por todo y por todos, brindando con un buen vaso de vino del arabe, el mas barato, que siempre hemos elegido desde la noche blanca.
    Al final se nos acabo pero, ¿tio sabes que?, siempre quedan esas pequeñas cosas de paris, tambien si me pongo un poco melancolico gracias por esas largas clases de calcio italiano, por encontrar a una mujer y hacer que sea ella y sobretodo por hacerme revivir una gran caida con miras al cielo y que supongo que mi memoria habría olvidado por la alta dosis de vino que los tres llevabamos jaja, es decir, literatura ya sabes,
    se acabo Paris pero bueno supongo que empieza el nuevo Granada y despues lo que siga (quien sabe si la comehamburguesas de hoteles baratos de carretera seguira alli al igual que joseph en la escalera) un gran abrazo Peponcio.

    pd:he intentado no cometer errores ortograficos en tu honor, si hay alguna errata ha sido totalmente involuntaria!

    ResponderEliminar
  2. Lo que decías: fotógrafa y checa

    ResponderEliminar