domingo, 13 de marzo de 2011

El tiempo atmosférico



Guarda mi teléfono móvil. Guárdalo en lo más profundo de tu abrigo, junto a los tickets de metro y los céntimos caídos, porque esta noche no lo quiero mirar bajo ningún concepto. Esta noche voy a ser un ente libre de esos que miran por la ventana en las fiestas y dejan que se acerque cualquier chica guapa para hablar del tiempo atmosférico en París.

¿De qué planeta viniste? Algunos amigos me han dicho que te han visto cruzar la calle, justo enfrente de Place de la Sorbone, y que parecías parte de la calle, con todos esos arbolitos tan quietos y tan necesarios de esquinas donde agarrarse. ¿Pero como te llamas? Me han comentado que apenas tienes clases, y que solo vas a la universidad para comer más barato ¿Dónde has dejado esas gafas negras que te ocupan toda la cara?

Y suena un claxon en la calle. La noche parece arreciar con sus luces incandescentes, en Rue Alesia, y se convierte en un anticipo del verano. La chica se asoma también a la ventana. Mi corbata se aprieta con fuerza a mi cuello. Hace muchos días que dejé de afeitarme. Y ella empieza a hablarme de su país, y de las cosas que hace aquí, como si sus palabras fueran un río de dialectos, de geografías y de heridas que nunca terminan de cerrarse. Esos diez años de colegios y camicaces en un pueblo del este. Los viajes al norte de Italia siempre los hacía en compañía de amigos, o se llevaba a algún nuevo chico que acaba de conocer en un bar, o en una plaza, mientras alimentaba a las palomas. Y viene el silencio de nuevo entre los dos. La ventana se abre mucho más y la noche se hace más esplendida.

Yo tenía un novio que vivía en París. No era parisino pero vivía en París. ¿Tú no eres parisino? ¿Tú de dónde eres? De repente entiendo que mi vaso de cerveza se ha acabado. Me gustan más los vasos rojos que las botellas de vidrio verde. La música está sonando unas voces que me resultan familiares. Algo en italiano, algo en inglés. Las nuevas tendencias. Algo en francés. Espera. Llevo dos horas en esta ventana hablando solamente francés. No puede ser.

Tú no eres una fotógrafa checa que hace posar a sus amantes desnudos con manzanas verdes entre las manos. Pero me da igual. A fuerza de noches y de ventanas he entendido que eso no existe. Perdona. He entendido que eso existe en los demás. Háblame de tu novio de París. ¿Es que no te llevaba a pasear por las orilla del Sena? Ese río está inscrito en mis venas y hace las mismas curvas cuando se adentra en mis órganos.

Y fumas mirando los coches pasar. Mañana, en alguna playa del norte de Francia, llegarán con sus barcos las gaviotas y los días grises. Pero esta noche hace el sol de todos los agostos. Tus agostos han sido muy distintos a los míos. Los míos hablan muchos dialectos, hablan de arenas artificiales y de sombrillas mal clavadas que persiguen a los bañistas. Tus agostos hablan de nombres declinados y de apartamentos sin luz eléctrica. Pero que bien que se está en París cuando se tiene 20 años. Pero tú tienes mucho más de veinte.

¿Cuánta distancia hay desde la ventana al suelo? ¿Es la misma que de la ventana al cielo? Yo marcharía por toda la ciudad con un paraguas abierto, aunque no lloviera nunca. Estos momentos han sido creados para ciudades como estas. Ahora agarrarás un taxi, le darás tu dirección al señor argelino, y mientras miras todas las farolas encendidas de la ciudad, pensarás que tu peinado no ha sido el adecuado esta noche, o que tus comentarios no han resultado interesantes.

Esta historia ya no es importante. Algunas veces todo es tan impredecible que ni aparecen las respuestas en el espejo. Acabas tu noche en la misma ventana, viendo como fuman los demás desde la calle, hablando del calendario Maya con una persona que nunca ha oído hablar de Pedro Páramo.

Piensas que su novio fue un cretino por no llevarla a pasear por las orillas del Sena. Pero tú quizá tampoco lo hubieras hecho. O si. Se bajará del taxi y tardará diez minutos en dormirse. Pero tranquilo, buscador de poesía en los vasos de vino, a ti aun te queda buscar la frase oportuna entre tus propias almohadas, entre las aceras mojadas, entre las mangas de tu camisa, entre los cuadros de la pared, entre las canciones que salen del tocadiscos, esa frase que sería más o menos: “Perdona, pero esta ventana abierta es solo mía por ahora.”

Y busco el móvil entre los bolsillos de mi chaqueta. Contento y mascullando palabras en francés.

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