martes, 1 de marzo de 2011

La storia



La historia somos nosotros. Somos nosotros quien hacemos la historia. La historia es un coche que se deja llevar a las dos de la mañana en el Barrio de San Lorenzo, entre antiguas barricadas comunistas y farolas trasnochadas. La historia es el cruce de una calle, es el árbol que se dibuja en Rue Mouffetard antes de dejar de ser rue. Es mirarte los bolsillos de la chaqueta tras dos meses y encontrar un número de teléfono que creías perdido. Es una parada de metro que se hace suspense antes de que se abran las puertas, justo en el momento precedente al que sigue a la música de tu aparato electrónico.

La historia somos nosotros. Encontrar en tu habitación, vacía a fuerza de noches de pensamiento y billetes rotos, un libro que leíste hace años. Es quedar en una cafetería con la persona equivocada. Asistir a las clases de la universidad sabiendo que no entenderás nada de lo que digan, y que lo importante es entender lo menos posible. Es un pasaje de avión hacia alguna parte de Italia, con su vuelta a París. Es una noche mirando Notre Dame desde Shakespeare and Company y observar que el perro de la cocina te está mirando a ti, y que tu miras las torres y el río, pero el perro te está mirando a ti. Es una botella de vino que no quiere abrirse con los dedos porque no tienes abridor. Es un cuadro del Louvre al que le sacas un nuevo movimiento de boca.

La historia son ellos también. La historia es que ayer murió la musa de Bob Dylan, esa que no sabía cantar ni bailar ni pintar ni escribir, pero que tenía una pose bonita. Y algunos dicen que no tenía ni una pose bonita. Pero tú escuchas una canción del viejo Bob y la ves a ella, caminando agarrada de su chaqueta y fumándose fumar toda la calzada. La historia es que tú escuchas Lay Lady Lay y ves su rostro en todas las caras femeninas, como si ella fuera un todo. Y sientes la canción en los raíles del metro y debajo de las autopistas. La historia es una tarde arqueológica en el Aventino y sentir que la vida no tiene más que decirte porque lo está diciendo todo ya. La historia es despreciar el lujo de París, y preferir las aceras encharcadas de orina y de alcohol a los grandes comercios de joyas y cafés industriales.

La historia es volver a París, después de cinco años que fueron una semana, y escuchar una nota de Jazz como si te hablara tu padre desde la distancia de los siglos. Es recogerte solo a tu casa, a lo Bruce Springsteen, con las manos en los vaqueros, come un Killer sotto il sole, y comprobar que los caminos se hacen más largos que nunca y más oscuros que nunca.

La historia es París, es que mi amigo se haya encontrado de repente a su argentina, con la casualidad de las discotecas y las cervezas de más de las doce, que todas las aguas del planeta se destronen de sus cauces, que los etruscos sigan despertándose de sus tumbas cada martes a las once de la mañana y que por La casa del sol naciente siga saliendo el Sol.

La historia, queridos amigos, es un entrada a Coldplay que se convierte en una semana de autostop hasta Venecia. La historia es una mirada tras los cristales de un café. La historia es casualidad. Es un color surgido de la noche. Es mirarte al espejo y decir: carajo, que grandes somos con poco.

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